‘Son ilegales’, ‘yo no soy racista, pero acógelos tú en tu casa’, ‘nos roban el trabajo’, ‘son demasiados’ o ‘se llevan todas las ayudas sociales’ son frases que escuchamos a menudo sobre las personas refugiadas. Personas que se ven obligadas a dejar atrás su país de origen buscando protección en otro.
Tras un viaje en el que ponen en riesgo su vida, creen llegar a un sitio seguro. Sin embargo, en muchas ocasiones, se encuentran con un discurso de odio lleno de prejuicios. Es nuestra responsabilidad huir de esos estereotipos y desmentir bulos -como los que destacamos a continuación- para no ser altavoces de la xenofobia y contribuir a la creación de un mundo más justo y más humano.
¡Para! No sigas porque todo lo que venga detrás de ese ‘pero’ es racismo. Si alguien no es racista no tiene por qué ‘excusarse’. Donde acaba ese ‘pero’ empieza el prejuicio y usar esta frase es justificar ser racista.
¿Son demasiadas 100 personas? ¿200, 1.000, 5.000? ¿Cuál es el límite? ¿Cómo determinar que son demasiadas personas para ser ayudadas? Lo que es demasiado es que haya tan solo una única persona que se vea obligada a dejarlo todo escapando de la violencia, la guerra o la persecución.
Según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), en 2019 se presentaron en España 118.264 solicitudes de asilo. ¿Son demasiadas personas? ¿Cómo se contabiliza? Esto no es un problema de cifras sino de poner el foco en las causas que empujan a familias y personas a cruzar fronteras.
¿Y para solucionar el desempleo, acogemos en casa a las personas sin trabajo? ¿Es este un argumento válido para dar solución a un problema estructural? Las personas refugiadas no quieren ir a casa de nadie sino construir su propio hogar, tener las mismas oportunidades y ser reconocidas como sujetos de derechos como cualquier persona. Con frases como esta se individualiza una responsabilidad colectiva en la que los Estados deben cumplir las leyes garantizando el derecho de asilo, el establecimiento de rutas legales y seguras para que nadie tenga que arriesgar su vida en busca de refugio. Además, con esta expresión se aboga por la caridad en lugar de derechos y de garantizar unas condiciones de acogida dignas. No se trata de solidaridad sino de cumplir leyes.
En lugar del ‘efecto llamada’, tendríamos que hablar del ‘efecto huida’. Uno no es llamado a abandonar su hogar sino que se ve obligado a huir de manera desesperada de la guerra, la pobreza, explotación… El único ‘efecto llamada’ que existe aquí es el de fomentar el racismo y la xenofobia. Una expresión usada por los gobiernos como justificación para no tomar medidas en favor de las personas refugiadas.
Sí, porque encontrar un trabajo con bajos salarios en sectores inestables y sin un contrato en regla es ‘quitarnos’ el trabajo. Porque ejercer profesiones menos cualificadas, a pesar de que la mayoría tiene formación superior a las labores que desempeña, es también ‘robarnos’ el trabajo. Porque pedalear en una bici llevando paquetes como falsos autónomos es también ‘quitarnos’ el empleo o trabajar en el campo –un sector que tiene problemas para encontrar mano de obra española– es también ‘robarnos’ el trabajo.
Lejos del bulo de ‘nos quitan el trabajo’, hay informes que demuestran todo lo contrario. El último informe del Defensor del Pueblo destaca los beneficios de la migración a nivel económico y social y señala que la población extranjera resulta fundamental para el crecimiento económico del país.
Pensar que las personas refugiadas arriesgan todo para ‘aprovecharse’ de unos servicios públicos o ayudas en otro país es ridículo. Además, los servicios sociales también son financiados por parte de la población migrante a través de impuestos indirectos como el IVA. Es decir, en el momento en el que una persona compra una barra de pan o un café ya está financiando servicios públicos, como la sanidad, a los que luego tendrán acceso. No está de más recordar también que el acceso a la sanidad o la educación son derechos fundamentales inherentes a cualquier ser humano.
Una vez que la persona formaliza su solicitud de protección internacional comienza a vivir en un piso gestionado por una ONG o en un centro de acogida y el gobierno le ofrece una asignación económica durante un periodo de 6 meses prorrogable por otros 6. Un tiempo muy escaso para que una persona que viene de otro país, por ejemplo huyendo de un conflicto armado, pueda rehacer su vida.
“Busco el día en el que la gente no sea juzgada por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”, decía Martin Luther King. ¿Por qué no miramos de igual a igual? ¿Dónde queda la humanidad, los derechos humanos o la igualdad de oportunidades?
Claro, porque es muy sencillo abandonar tu hogar, tu casa, tus raíces, arriesgando tu vida y la de tu familia. Como hemos dicho antes, las personas refugiadas no huyen porque quieren sino porque se ven obligadas a hacerlo y solicitar asilo en otro país. Pero, ¿quién no haría lo mismo para escapar de la violencia, la guerra, los conflictos armados, la pobreza, la persecución por tu orientación sexual, raza o etnia, o huyendo de los efectos de desastres naturales, e incluso, el cambio climático?
Las personas refugiadas no hacen más que ejercer un derecho incluido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 14: el derecho a buscar asilo. En su camino hacia un lugar más seguro lo arriesgan todo, hasta su vida. En muchas ocasiones se enfrentan a largos viajes, en embarcaciones que superan su capacidad, en condiciones inseguras, con el peligro de morir ahogadas, de ser víctimas del tráfico de personas, secuestradas, violadas… Mueren mientras miramos hacia otro lado y los gobiernos gastan dinero en controlar fronteras. El precio que pagan por esa huida evidencia la gravedad de esta situación. Los que consiguen llegar a su destino, se enfrentan a otros peligros como la desprotección, ataques xenófobos o expulsiones ilegales, prohibidas por varios tratados internacionales.
Si has leído los apartados anteriores, ya sabrás que las personas refugiadas se ven obligadas a abandonar sus hogares huyendo de distintas amenazas. ¿Se lo vamos a poner más difícil? No es que no quieran integrarse, es que no es fácil cuando no te dan las oportunidades para hacerlo, te miran por encima del hombro, te insultan o te ponen trabas en el camino.
La integración es un proceso en el que están implicadas dos partes. Una integración real incorporaría a las personas refugiadas en una sociedad en igualdad de derechos, obligaciones y trato. Una integración que no suponga una renuncia a su cultura de origen sino en la que se fomente la convivencia intercultural. Hablaríamos así de una sociedad en la que todos sus miembros tendrían los mismos derechos y la posibilidad de formar a parte de la vida social, cultural y política del país.
¿Por qué criminalizar a una persona con este adjetivo? Ninguna persona es ilegal. Podemos decir que una persona está en situación “irregular”, pero en ningún caso ilegal porque ilegales son únicamente las acciones o las situaciones, nunca las personas. No tener una autorización de residencia supone una irregularidad administrativa y no un delito.
Qué bien se nos da echar balones fuera. Los gobiernos deben poner en práctica sus obligaciones legales en materia de migración y dejar de mirar hacia otro lado. Más allá de las cuestiones legales, acoger a personas que huyen de situaciones de violencia, persecución y violación de los derechos humanos es una obligación ética para una sociedad justa.
Devolver pateras supone seguir ignorando el verdadero problema. Devolver a las personas al peligro, la pobreza o las guerras de las que huyen no es una solución. Esta debe pasar por ofrecer rutas legales y seguras porque, mientras tanto, miles de personas arriesgan sus vidas en un viaje demasiado peligroso.
Delito es dejar morir a las personas. También lo es abandonarlas o devolverlas al lugar del que huyen y a las amenazas y peligros de los que tienen que escapar. Las personas refugiadas deben tener garantizado su derecho de asilo y deberíamos poder vivir en un mundo en el que las personas que están en grave peligro puedan reconstruir su vida en condiciones de seguridad. Poner muros a un problema no es una solución. Todo lo contrario. Es inhumano y cruel y la Historia no nos lo perdonará.
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