Si pensamos en esclavitud, la imaginación se nos va a las películas del sur de Estados Unidos sobre plantaciones de algodón. Hace unos 150 años que se abolió legalmente la esclavitud en ese país, el 19 de junio de 1866. Sin embargo, en los últimos meses no hemos dejado de ver masivas protestas contra el racismo y la supremacía blanca. Un discurso aparentemente antiguo.
Las últimas noticias de Estados Unidos las encontramos rápidamente en nuestro móvil, el producto final de una nueva forma de esclavitud moderna, el trabajo infantil. No estamos hablando ya de un tema del pasado, sino de una realidad muy presente.
Las ONU define la esclavitud moderna como cualquier situación de explotación en la que “una persona no puede rechazar o abandonar debido a amenazas, violencia, coerción, engaño o abuso de poder”. Y ahí llegamos al trabajo forzoso (trabajo doméstico, construcción, agricultura), matrimonio forzado y el trabajo infantil.
Una mujer, que dice haber sido víctima de explotación sexual y se hace llamar Claudia Osadolor para proteger su identidad, trabaja como sastre después de recibir capacitación con el apoyo de la organización benéfica nigeriana Pathfinders Justice Initiative en la ciudad de Benin, Nigeria, el 20 de julio de 2019. © REUTERS / Nneka Chile
Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2016 más de 40 millones de personas estuvieron sometidas a algún tipo de esclavitud moderna, entre ellas la trata con fines de explotación. En el caso de explotación sexual, el 99 por ciento de los víctimas son mujeres y niñas. Pero se sigue haciendo poco por abordar este tema, en España entre 2013 y 2019, solo 1.000 de las 75.000 personas que, según el gobierno, estaban en riesgo de ser explotadas sexualmente, fueron identificadas como víctimas de trata.
Viaje por la esclavitud moderna
De los barcos negreros transatlánticos del siglo XIX y anteriores, viajamos a las minas de cobalto del siglo XXI en la República Democrática del Congo, donde se estima que se encuentra más de la mitad de las reservas mundiales de este mineral, presente en la casi totalidad de los aparatos electrónicos del mundo.
En este país, el número de niños y niñas menores de quince años, e incluso menores de diez, relacionados con la explotación de estos yacimientos podría ascender a 40.000. Tal y como denuncia Amnistía Internacional, nuestros aparatos electrónicos contienen trabajo infantil y por tanto esclavitud. Y es que los niños y las niñas que trabajan en las minas deben soportan largas jornadas de trabajo, levantan enormes cargas de peso y sufren tanto la estafa de los comerciantes de cobalto como las enfermedades derivadas de la inhalación del polvo de este mineral: fibrosis pulmonar, dermatitis y sarpullidos crónicos.
Un menor trabaja en Tilwizembe, una antigua mina industrial de cobre y cobalto, en las afueras de Kolwezi, en el sur de la República Democrática del Congo, el 11 de junio de 2016. © REUTERS / Kenny Katombe
En Qatar, donde el sistema de explotación kafala, utilizado para monitorear trabajadoras migrantes, ha otorgado un control excesivo sobre las trabajadoras domésticas hasta el punto de impedirles cambiar de trabajo o salir del país. Cualquier intento de fuga es correspondido con acusaciones de diferentes tipos de delitos, por lo que muchas trabajadoras domésticas se ven atrapadas en Qatar sin ingresos y enfrentadas a dilatados procesos judiciales. Más de la mitad de las 173.000 trabajadoras migrantes que viven en Qatar están empleadas en casas particulares.
Todas y cada una de las 105 trabajadoras domésticas con las que Amnistía Internacional habló tienen sus propias experiencias de abusos, pero en muchos casos se repiten patrones similares. Firman contratos de un máximo de 10 horas de trabajo al día, incluidas horas extras y un día libre por semana, pero terminan trabajando de media más de 16 horas diarias sin días libres. Muchas afirman que sus empleadores les confiscaban el pasaporte confinándolas en el domicilio, y hay testimonios de tratos deshumanizadores: gritos e insultos, falta de alimentación adecuada u obligación a comer sobras, falta de atención medica y de mueble donde dormir. Pero también, nuestra organización recogió testimonios de agresiones físicas (escupitajos, bofetadas, violencia), abusos sexuales y en algunos casos violación.
En este viaje, hacemos parada también en los “centros de transformación mediante la educación” o “de formación profesional” de China, donde Amnistía internacional ha documentado detenciones masivas, vigilancia invasiva, adoctrinamiento político y asimilación cultural forzada sin precedentes contra personas uigures, kazajas y de otras etnias predominantemente musulmanas en la región de Sinkiang. Se estima que más de un millón de personas han sido internadas en dichos centros. A finales de 2019, autoridades chinas destacaron que todas las personas que habían pasado por estos centros se habían “graduado”, habían logrado un “empleo estable” y una “vida feliz” con la “ayuda del gobierno”. La falta de pruebas que demuestren estas afirmaciones, así como la falta de transparencia del gobierno chino, han incrementado la preocupación internacional sobre el potencial riesgo de trabajo forzado.
Y también nos detenemos en Irak, con los cerca de 2.000 menores yazidiés, secuestrados por el grupo armado autodenominado Estado Islámico, torturados, obligados a combatir y violados en un intento de borrarles cualquier tipo de vínculos con sus orígenes para poder controlarles y esclavizarles. O las mujeres, secuestradas y convertidas en esclavas sexuales que una y otra vez fueron vendidas o regaladas como si de mercancía se tratara. Muchas quedaron embarazadas a causa de las violaciones y ahora que han regresado a su comunidad las están obligando a separse de sus hijos e hijas. Todos sufren una crisis de salud física y mental, que su propia comunidad no sabe cómo abordar, que necesita el apoyo de las autoridades irakíes y de la comunidad internacional para que puedan reconstruir su futuro.
Un niño participa en un mitin mientras los manifestantes marchan por Central Park West durante los eventos para conmemorar el decimocuarto de junio, que conmemora el fin de la esclavitud en Texas, dos años después de que la Proclamación de Emancipación de 1863 liberó a los esclavos en otras partes de los Estados Unidos, en medio de protestas nacionales contra la desigualdad racial, en Nueva York, 19 de junio de 2020. © REUTERS / Andrew Kelly
Las buenas noticias
Existen precedentes para poner fin a estas situaciones. Hace algo más de siglo y medio, tanto en EEUU como en Europa la movilización social y la incidencia política consiguieron poner fin a la esclavitud de personas de color. La sociedad civil y sus gobernantes consiguieron ilegalizar un drama muy enraizado en la mentalidad de la época.
Un año después de la campaña y el informe This is what we die for de Amnistía Internacional, el Gobierno de la República Democrática del Congo reconoció por primera vez la existencia de trabajo infantil en sus minas, y la presión internacional consiguió que empresas como Samsung, Apple, Huawei o Sony empezaran a tomar medidas.
La voz de las trabajadoras domésticas de Qatar ha sido escuchada para que el mundo pueda conocer su situación y ahora sabemos de la existencia de “centros de formación profesional” completamente opacos en China, de los que exigimos que se aclare qué es lo que está sucediendo entre sus paredes. Y nunca es tarde para pedir justicia para quienes fueron sometidos a esclavitud. Corea del Sur y su demanda contra le gobierno japonés, son la última esperanza para las "mujeres solaz", las más de 200.000 niñas y mujeres, mayoritariamente coreanas, que fueron forzadas a trabajar en burdeles gestionados por las fuerzas armadas japonesas durante la Segunda Guerra Mundial.
Podemos entre todos repetir la hazaña de hace 150 años, pero deberemos hacerlo juntos. Lo que quieren las personas que sufren las nuevas formas de esclavitud moderna es simplemente ser tratadas como seres humanos. Te invitamos a hacerlo posible: www.actuaconamnistía.es