Que parte del mundo está fatal, es una obviedad. Pero estos últimos días han sido un auténtico infierno para las personas que viven en Colombia y Palestina. Es inevitable pensar en niños, niñas y jóvenes testigos y víctimas de virulentos e indiscriminados ataques armados. Se ha viralizado en redes un vídeo de una pequeña palestina de diez años en Gaza que, desgarrada por la violencia vivida, explica lo que es la guerra y la impotencia de vivir bajo la constante amenaza de los bombardeos y no poder ser médico para ayudar a las personas heridas y que necesitan ayuda en su entorno. Me pregunto si las niñas y niños palestinos, refugiados en su propio país cada vez más menguado territorialmente, normalizan la violencia en su día a día, y de las consecuencias psicológicas de la presión constante del férreo control de fronteras, que les afecta para realizar cuestiones tan sencillas a priori, como ir al colegio o a una consulta médica cuando lo necesitan. Viven encerrados y encerrados en un territorio, con un montón de limitaciones. De sobra es conocido que cualquier movimiento es complicado para la ciudadanía palestina, sin olvidar otra complicación cotidiana como es la de los desahucios y derribos de viviendas. El derecho a una vivienda, a una vida digna, a la educación, entre otros, son derechos humanos que deben garantizar todos los estados a niñas, niños y adolescentes. Pero mucho me temo que esto no es así y que las violaciones de derechos humanos es una realidad sistemática para las personas menores de dieciocho años en los Territorios Palestinos Ocupados.
Los niños, niñas y jóvenes de Colombia también viven estos días en un ambiente de agitación y ataques indiscriminados a la población civil, que recorren las calles del país pidiendo el reconocimiento de sus derechos, en un momento en el que la reforma fiscal del gobierno ha sido la gota que colma un vaso derramado por la corrupción, la desigualdad y la violación de los derechos económicos, sociales y culturales de la sociedad colombiana.
Estas y muchas otras situaciones de violencia también resultan complejas para transmitir a niños y niñas, pero son cuestiones que deben ser abordadas desde la infancia para la formación y educación de ciudadanas y ciudadanos responsables, sensibles y conscientes de los conflictos armados y guerras que sucede en cualquier lugar del mundo. Debemos y tenemos la obligación de ser partícipes políticamente en la exigencia a los gobiernos, empresas u otros agentes estatales o no, sobre el cumplimiento de los derechos humanos en todo el planeta, y debemos formar a la infancia en el ejercicio de una coherente ciudadanía global con la garantía y el ejercicio pleno de sus derechos humanos.
Entender un conflicto o una guerra duele y no es cosa fácil. Para contribuir a esta finalidad recomendamos un álbum ilustrado de la editorial Kalandraka: ¿Por qué?(1995) de Nikolai Popov (1952), diseñador e ilustrador ruso que vivió de cerca la guerra. Para este autor: "Si los niños y las niñas pueden entender la insensatez de la guerra, si se dan cuenta de lo fácil que es caer en un ciclo de violencia, quizás en el futuro se conviertan en impulsores de la paz".
Estas palabras nos llenan de esperanza sobre un futuro mejor que construimos en el presente a través de la educación y los relatos sobre la paz. Este autor nos habla de las estúpidas razones sobre la que se asientan la mayoría de los terribles conflictos bélicos del mundo.
En esta obra gráfica en la que Nikolai Popov no utiliza palabras, la historia se construye a través de imágenes que relatan cómo de la competencia por una flor, surge entre una rana y un ratón, un conflicto que crece hasta organizarse dos ejércitos de ranas y ratones armados que se atacan hasta la absoluta destrucción. En este relato las preciosas y cuidadas imágenes nos trasladan a un escenario que se puede extrapolar perfectamente a cualquier conflicto armado de competencia e intereses encontrados hasta la destrucción sistemática. Lo realmente importante es que tras los ataques y aniquilación no queda nada, ni siquiera la causa que dio origen al conflicto. Sin lugar a dudas este relato, apto para todas las edades desde la etapa de Educación Infantil, los cuatro o cinco años y en adelante, es un historia relatada de forma magistral y que, con todo lujo de detalles, el autor describe la violencia de la guerra y sus consecuencias, haciendo accesible su compresión como un despropósito evitable en todos los contextos y realidades, por muy complejo que resulten sus efectos. Finalmente es destacable su preciosa edición a un tamaño medio y cuadrado, con tapas duras y predominio de una paleta de tonalidades verdes, marrones y ocres.
Igualmente recomendamos un clásico para niños y niñas a partir de ocho años y no sólo para entender los conflictos, sino para acercarnos a la vivencia del exilio y la situación de la población refugiada: Asmir no quiere pistolas(1993) de la escritora australiana Christobel Mattingley (1931/2019), traducida por María Luisa Balseiro Fernández-Campoamor. Se trata de una novela editada en España por las editoriales Alfaguara y Santillana, basada en una historia real de un niño, preadolescente y musulmán, y su familia refugiada en Viena, que la autora conoce y traslada a un precioso relato escrito desde la perspectiva infantil de su protagonista. Asmir vive con su padre, madre y hemano menor, Edgar, en Sarajevo. Cuando comienza la Guerra de los Balcanes, Asmir convive con la muerte del cartero, de amigos, y los ataques armados en los lugares donde ha desarrollado anterior y normalmente su vida. Describe todas las sensaciones de Asmir, que en primera persona sobrevive no sólo a un ambiente hostil, sino al exilio que emprende en el momento que debe dejar el país junto a su abuela, madre y hermano, dejando a su padre en Sarajevo. Es impresionante la vivencia del recorrido en autobús, en avión, incluso en coche de Sarajevo (Bosnia y Herzegovina) a Belgrado (Serbia), y tras una breve estancia en esta ciudad, a Viena, donde Asmir encuentra una realidad distinta y vive intensamente la tristeza de su madre y en el recuerdo de su padre, del que no reciben noticias y sienten la enorme incertidumbre de que pueda haber muerto en su país de origen.
El relato resulta aún más íntimo y conmovedor cuando sabemos que se trata de una historia real de un preadolescente, que sobrevivió a una dura experiencia de exilio y adaptación a una nueva realidad sociocultural, dejando atrás a su padre y una etapa inicial y esencial de su existencia, la infancia perdida.La novela escrita hace treinta años, aún hoy constituye una historia fresca, viva e intensa, con momentos de duda, incertidumbre e incluso temor frente a las vicisitudes y privaciones de la huida de la guerra, la violencia, y el cruce de fronteras “con lo puesto” y estrictamente necesario para la supervivencia.
Cabe también mencionar que, aunque este libro está editado en tapas blandas y en formato de bolsillo, no es un álbum ilustrado, sin embargo, cuenta con unas estupendas ilustraciones realistas, en blanco, negro y tonos grises, a modo de los clásicos carboncillos, creadas por la dibujante Elisabeth Honey (Australia).
Asmir es un niño refugiado como lo son miles de niños, niñas y adolescentes que tres décadas después continúan huyendo de las guerras, el hambre, las terribles consecuencias del cambio climático, e incluso de la crisis causada por la actual pandemia en sus lugares de origen. Solos y solas, o acompañadas por sus madres u otras personas familiares, llegan cada día a las fronteras de Europa o Estados Unidos niñas y niños que ponen en grave riesgo sus vidas. Otros y otras ni siquiera llegan. Debemos dar a conocer estas graves situaciones de migrantes de todas las edades que se desplazan por motivos sobradamente justificados. No miremos a otro lado como lo hacen los gobiernos de los países de destino y utilicemos todos lo medios para sensibilizar y compartir nuestra preocupación por estas vivencias personales y situaciones que globalmente afectan a muchas personas, frente a lo que debemos abrir posibilidades para conocer más y mejor su situación.
Utilicemos la literatura para llegar a lo más personal de estas experiencias y sin olvidar que los relatos son instrumentos para el cambio social y cultural, para lograr ese impulso de paz, rememorando a Nicolai Popov, en un futuro protagonizado por ciudadanos y ciudadanas de todas las edades, formados y conscientes de lo devastador de los conflictos armados y exigentes de la aplicación de medidas urgentes, políticas eficaces y normativa internacional al servicio de las víctimas y para la construcción de la paz mundial.
¡Hasta pronto!