Albert Sabin no fue un defensor de los de los derechos humanos en el sentido estricto del término. No pronunció grandes discursos ni impulsó grandes campañas. Sin embargo, sus descubrimientos contribuyeron a salvar decenas de miles de vidas. Sobre todo, el principal de ellos: la vacuna oral contra la poliomielitis. En un gesto que contrasta con la actitud de las grandes farmacéuticas acerca de las vacunas contra la COVID-19, Sabin renunció a todo beneficio económico que la vacuna pudiera proporcionarle.
Araceli Hidalgo, la primera persona en ser vacunada en España. Ocurrió el 27 de diciembre de 2020 en la residencia de mayores Los Olmos en Guadalajara. © Pool Reuters / Gtres
Un año de vacunación en España
El 27 de diciembre de 2020 era domingo. A las 9:00 de la mañana, buena parte de la población se congregó frente al televisor para ver cómo en la residencia de mayores Los Olmos, en Guadalajara, Araceli Hidalgo, de 96 años, se convertía en la primera persona vacunada en España.
Tras recibir el pinchazo, Araceli manifestó sentirse muy bien y, ante la multitud de medios congregados para la ocasión, declaró: "A ver si podemos conseguir que el virus se nos vaya".
A la hora de escribir estas líneas, el virus no se ha ido. Es más, en España vivimos inmersos en una sexta ola de casos que nos tiene confundidos y atemorizados. Son las segundas fiestas navideñas que vivimos con angustia; rodeados de amigos, parientes y colegas de trabajo que nos comunican que están contagiados.
No es de extrañar. El 22 de diciembre, el país batía por segundo día consecutivo el récord del número de casos detectados en un día: 60.041. La falta de realización de pruebas diagnósticas, debido a un sistema de atención primaria sanitaria totalmente colapsado, hacía sospechar que fuesen muchos más.
La gente hace cola para recibir la vacuna COVID-19 en el centro de salud de Penda en Nairobi, Kenia, el 9 de diciembre de 2021. © REUTERS/Baz Ratner
Ninguna persona está a salvo hasta que todas las personas lo estén
La responsable de todo ello es una nueva variante del virus, detectada por primera vez en Sudáfrica en noviembre y altamente contagiosa: Ómicron. El optimismo de una Europa Occidental con altos índices de vacunación se derrumbó como un castillo de naipes ante la llegada de la nueva variante.
Ómicron ha hecho realidad las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS): "ninguna persona está a salvo hasta que todas las personas estén a salvo". La escasa tasa de vacunación en los países del Sur Global, especialmente África, supone y seguirá suponiendo el riesgo de que nuevas mutaciones del coronavirus causen nuevas olas de casos en todo el mundo.
Una mujer es vacunada contra la COVID-19 en la clínica Hillbrow en Johannesburgo, Sudáfrica, el lunes 6 de diciembre de 2021. © AP Photo/ Shiraaz Mohamed
Las donaciones de vacunas a estos países a través del mecanismo COVAX, gestionado por la OMS, han sido insuficientes. A 17 de diciembre, 41 países habían podido vacunar menos del 10% de su población, y 98 países no han alcanzado el 40% de personas vacunadas.
El problema de fondo es que, por muy loable que sean COVAX y las donaciones de vacunas por parte de los países más desarrollados, la comunidad internacional no ha dado pasos hacia la verdadera solución para acelerar el proceso de vacunación global: la liberalización de las patentes de las vacunas.
Tanto las grandes farmacéuticas como los gobiernos se resisten a acoger las recomendaciones de Amnistía Internacional y otras organizaciones de la sociedad civil al respecto. Estas recomendaciones se resumen en dos:
- Los Gobiernos deben dejar de bloquear una exención temporal de algunas normas globales sobre propiedad intelectual para impulsar el acceso universal a las vacunas contra la COVID-19.
- Las empresas deben conceder licencias no exclusivas para los productos sanitarios contra la COVID-19 y participar en mecanismos mundiales para compartir innovaciones.
El ejemplo de Sabin
Esta actitud de las grandes empresas farmacéuticas contrasta con la de Albert Sabin, el virólogo que descubrió la vacuna oral contra la poliomielitis.
El doctor Albert Sabin muestra un frasco de su nueva vacuna antipoliomielítica distribuida en Rusia, el 24 de junio de 1959. A diferencia de la vacuna de Salk, la de Sabin se administra por vía oral. © Foto AP
Sabin nació en 1906, en Białystok, ciudad entonces parte del Imperio Ruso que, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, se incorporó al territorio de Polonia. En 1921, sus padres (los judíos polacos Jacob Saperstejn y Tillie Krugman) decidieron emigrar a los Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades y para librarse de los recurrentes brotes de antisemitismo –incluso antes del ascenso del nazismo– en Europa del este.
La familia se instaló en Nueva Jersey, en donde Abram Saperstejn cursó la educación secundaria. En la Universidad de Nueva York estudió medicina, con la idea original de convertirse en dentista, pero acabó especializándose en virología. En 1931 obtuvo su titulo y se nacionalizó estadounidense, adoptando el nombre de Albert Bruce Sabin.
A principios y mediados del siglo XX, pocas enfermedades daban más miedo a los padres de familia que la poliomielitis, una enfermedad altamente infecciosa que se contagia a través de las secreciones nasales y orales y por contacto con heces contaminadas.
Las epidemias eran frecuentes y, aunque la mayoría de las personas se recuperaba rápidamente tras unos días de síntomas de tipo viral (fiebre, fatiga, dolor de cabeza y garganta, náusea y diarrea), si la polio llegaba a afectar al sistema nervioso, causaba parálisis temporal o permanente.
Esto afectaba especialmente a los niños (durante mucho tiempo, la enfermedad fue conocida como parálisis infantil) y a sus extremidades inferiores. En los casos más agudos, la polio paralizaba los músculos del sistema respiratorio y la persona moría.
El doctor Albert Sabin examina un frasco que contiene cepas puras aisladas del virus de la poliomielitis que han demostrado ser las mejores para ser administradas vía oral, el 7 de octubre de 1956 en Cincinnati. © AP Photo/Gene Smith
La enfermedad no tenía –ni tiene– cura, así que el único medio para combatirla era su prevención mediante una vacuna. Este es el desafío que asumieron Sabin y otros investigadores a comienzos de los años cincuenta.
El primer logro importante llegó en 1955, con la aprobación de la vacuna desarrollada por Jonas Salk. Era un logro parcial, pues se trataba de una vacuna inyectada y eficaz para prevenir la mayoría de las complicaciones causadas por la polio, pero no la infección inicial.
Tras realizar multitud de autopsias de víctimas de polio, Sabin pudo demostrar que el virus atacaba los intestinos antes de pasar al sistema nervioso central. A partir de este descubrimiento, desarrolló una vacuna oral basada en cepas modificadas del virus que estimulaba la producción de anticuerpos sin causar parálisis.
Los primeros en probar su descubrimiento fueron él mismo, su familia y sus colegas más cercanos. Tras los primeros ensayos, y saltándose las barreras de la Guerra Fría, Sabin trabajó con colegas rusos para perfeccionar la vacuna oral y demostrar su eficacia.
La primera vacuna oral contra la polio de Sabin fue aprobada por la autoridades sanitarias estadounidenses en 1961, pero solo servía contra una de las tres variaciones del virus. Versiones mejoradas fueron aprobadas en 1962 y, finalmente, en 1964 se aprobó una vacuna que actuaba contra las tres variaciones.
“Sabin renunció a todo beneficio económico con el objetivo de que el proceso de producción y distribución de la vacuna contra la polio fuese lo más barato posible y alcanzase al mayor número de personas.”
A pesar de las enormes ganancias que su descubrimiento hubiera podido reportarle, Sabin renunció a todo beneficio económico con el objetivo de que el proceso de producción y distribución de la vacuna fuese lo más barato posible y alcanzase al mayor número de personas.
(Es interesante apuntar que su colega Jonas Salk, al que hemos citado más arriba, hizo lo mismo. Cuando le preguntaron por la patente de su vacuna, precursora de la de Sabin, dijo: "No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?").
Además, nuestro protagonista siguió investigando casi hasta el momento de su muerte en 1993. Durante esas décadas, desarrolló vacunas contra otras enfermedades virales, como la encefalitis y el dengue.
Tariq Nawaz sostiene a su hija Tuba, de 10 meses, que padece poliomielitis, mientras una hermana la besa, en Suleiman Khel, Pakistán, uno de los dos únicos países en los que todavía se transmite esta enfermedad por la existencia de un importante movimiento contrario a la vacunación. © AP Photo/Muhammad Sajjad
La vacuna contra la polio de Sabin, junto con la cooperación internacional, ha permitido la casi total erradicación de la polio. A principios de los ochenta, la enfermedad todavía paralizaba cada año a cerca de 1.000 niños en todo el mundo. En 1988 la OMS lanzó la Iniciativa Mundial para la Erradicación de la Poliomielitis que en 2012 había reducido el número de casos globales a 291 (–99,9% de incidencia).
En 2020, la polio fue erradicada de África y actualmente, tan solo se transmite en Afganistán y Pakistán, en donde existe un importante movimiento contrario a la vacunación.
Seguramente, muchos de esos logros no hubieran sido posibles, o hubieran sido más lentos si Sabin no hubiera renunciado a obtener beneficios económicos de su descubrimiento. Un gran ejemplo que, tristemente, no tiene muchos seguidores en estos difíciles tiempos de pandemia.