Ciento setenta países del mundo han ratificado el tratado internacional que prohíbe la participación de niñas y niños en conflictos armados. Diecisiete países directamente no lo han firmado. Otros diez lo firmaron, pero no lo han ratificado.
No todas las guerra o conflictos son iguales. Conocerlos resulta cada vez más complejo. En cada uno hay variedad de ejércitos y grupos armados. Cada una de estas partes cuenta, en menor o mayor medida, con el apoyo de otros grupos de interés, países o gobiernos directa o indirectamente intervinientes, lo que dota a estas crisis de una dimensión global e internacional.
Desde nuestra perspectiva occidental, observamos estos enfrentamientos y ataques armados muy lejanos, como situaciones que no nos afectan ni directa ni cotidianamente, aunque, por el contrario, somos capaces de rasgamos las vestiduras recordando que podemos ser tan vulnerables como la población que sufre en primera persona las violentas consecuencias de las guerras. Si además pensamos en niños, niñas y adolescentes involucrados como soldados en ejércitos y grupos armados, llegamos a sentir una fatal impotencia.
En la ciudad de Pibor, estado de Bome, en Sudán del Sur, aproximadamente 200 niños y niñas soldados fueron liberados a través de un programa de DDR. Entre los más de 200 niños soldados liberados había tres niñas. © Nektarios Markogiannis
Más complejo y global se vuelve el análisis si además tenemos en cuenta el comercio y venta de armas en un entramado de relaciones políticas y económicas internacionales y un descarado ánimo de lucro. El armamento tiene una sola finalidad: dañar al servicio de intereses económicos y estratégicos, lo que conlleva destrucción, muerte y devastación en territorios, a poblaciones, en situaciones concretas. El desarrollo del armamento ligero ha favorecido el reclutamiento de niñas, niños y adolescentes.
El reclutamiento de personas menores de dieciocho años está explícitamente prohibido por el derecho internacional. No obstante, sigue produciéndose y afecta, según datos de UNICEF a más de 300.000 niños, niñas y adolescentes del mundo.
La Organización de las Naciones Unidas informa de la existencia de más de 7.000 niños y niñas reclutadas sólo en 2019, sobre todo en República Democrática del Congo, Somalia y Siria. La pobreza, los desplazamientos forzados, la inexistencia de suficientes escuelas o la falta de posibilidades de formación o expectativas de los y las jóvenes, favorecen el reclutamiento “voluntario”. Por el contrario, el reclutamiento es definitivamente involuntario tras la separación traumática de niños y niñas de sus familias, cuando se producen secuestros u otras situaciones violentas similares. La ONU indica que 1.683 niñas y niños fueron secuestrados en 2019, para ser utilizados como soldados, esclavos y esclavas sexuales en Somalia, República Democrática del Congo y Nigeria.
Un ex niño soldado coloca bien su boina mientras asiste a una ceremonia de liberación de niños y niñas soldados en las afueras de Yambio, Sudán del Sur, el 7 de agosto de 2018. © REUTERS / Andreea Campeanu
De acuerdo a la definición internacional de niños y niñas soldados:
Se entiende por niño soldado todo menor de diez y ocho años de edad vinculado con una fuerza armada o un grupo armado que haya sido reclutado o utilizado por una fuerza armada o un grupo armado en cualquier capacidad, incluidos los niños, tanto niños como niñas, aunque sin limitarse a ellos, utilizados como combatientes, cocineros, cargadores, espías o para fines sexuales. (Principios de París sobre la participación de niños en los conflictos armados 2007).
Podemos entender que no todos las niñas y niños participan de igual manera en los conflictos: pueden ser empleados y empleadas como combatientes, escudos humanos, correos y, en el caso de las niñas, como esclavas domésticas y sexuales.
“Cuando me casaron era una niña. Me hicieron sufrir. Quiero tener un futuro mejor. Quiero que el Estado Islámico rinda cuentas por lo que me hizo”
Una niña de 17 años que escapó de Boko Haram (en Nigeria) tras ser secuestrada y permanecer cautiva durante cuatro años describió la vida en el bosque de Sambisa: “[Mi] malvado ‘esposo’ siempre me pegaba […] Mis actividades diarias incluían rezar, cocinar cuando había comida, [y] asistir a lecciones del Corán. No nos permitían desplazarnos, ni visitar a amistades. Fue una experiencia horrible. Fui testigo de distintos castigos, desde disparos hasta lapidaciones y azotes con vara”
Randa, niña de 14 años que estuvo cinco bajo cautiverio del Estado Islámico en Irak, dijo: “Cuando me casaron era una niña. Me hicieron sufrir. Quiero tener un futuro mejor. Quiero que el Estado Islámico rinda cuentas por lo que me hizo”.
La violencia sexual en contra de las niñas, por parte de los propios grupos que las reclutan, o utilizada esta violencia contra ellas como arma de guerra, las posiciona en una situación de especial vulnerabilidad. Las jóvenes quedan expuestas al contagio de enfermedades de transmisión sexual y sus secuelas, además de sufrir lesiones, embarazos no deseados, y exponerlas al riesgo de perder la vida, antes, durante y después del alumbramiento sin atención médica ni cuidados sanitarios adecuados a su inmadurez física para ser madres. Estas niñas son responsables a su vez de otros pequeños y pequeñas que representan y recuerdan una situación traumática difícil de olvidar. Especialmente son niñas expuestas a sufrir el estigma social de la maternidad temprana, y se les rechaza por sus comunidades y familias de origen tras los conflictos, durante los procesos de desarme y desmovilización, encontrando todo tipo de obstáculos para su reinserción social.
Las niñas desplazadas internamente utilizadas en conflictos armados por la milicia local caminan por las lindes de un refugio seguro para niños y niñas rescatados en Mwene Ditu, en la provincia de Kasai Oriental en la República Democrática del Congo, el 15 de marzo de 2018. © REUTERS / Thomas Mukoya
Los programas de reinserción que los gobiernos y la ONU articulan para reparar a estas víctimas, niñas, niños y jóvenes exsoldados, son de difícil acceso, pero sobre todo para las mujeres jóvenes que quedan en situación de mayor desprotección, desarraigo social y económico.
Me pregunto si en general, la reparación a estos niños y niñas, y en concreto a sus graves daños psicológicos, es posible con apoyo profesional, garantizando el acceso a terapias psicológicas, incluso psiquiátricas, duraderas y eficaces. Imagino vidas truncadas con serias dificultades para un posterior desarrollo personal y proceso de recuperación social. La normativa internacional prevé programas y servicios de reinserción a los que han de tener derecho estas víctimas, y en los que ONU trabaja sobre el terreno, monitoreando y negociando con los países en conflicto, donde a pesar de esta labor, se sigue reclutando a jóvenes de menos de dieciocho años.
El ejército de Nigeria debe liberar a todos los niños y niñas detenidos de forma arbitraria y poner fin a otros abusos que parecen destinados a castigar a miles de menores que, en muchos casos, han sido además víctimas de las atrocidades de Boko Haram. Un compromiso con la educación infantil y la recuperación psicosocial podría suponer el principio de un nuevo camino para el noreste del país.” Osai Ojigho, directora de Amnistía Internacional Nigeria.
La Representante Especial del Secretario General para la Cuestión de los Niños y los Conflictos Armados de la ONU, Virginia Gamba nos recuerda que, en 2020, y debido a la pandemia desencadenada por la COVID-19 y hasta la fecha, se ha tenido que suspender el trabajo de campo para desmovilizar y reparar a estas víctimas. Por este mismo motivo, se ha incrementado el reclutamiento y, tras el cierre de las escuelas que dejan a niñas, niños y adolescentes en mayor situación de vulnerabilidad frente a la devastadora acción de ejércitos y grupos armados.
“Debemos adoptar un papel activo como sociedad civil y pedir responsabilidades a los gobiernos, empresas de armamento y grupos armados para que pongan fin al reclutamiento de niños y niñas soldados"
Finalmente quiero recordar una cuestión de identidad compartida que nos acerca más a la vivencia de estas víctimas: en España también tuvimos un gran conflicto armado. Hace ochenta años vivimos una guerra (1936/1939). La mayoría de las personas de mediana edad hemos crecido y vivido entre víctimas, niñas y niños de entonces. Nuestros padres y madres, abuelas y abuelos durante toda una vida y en silencio continuaron sintiendo el miedo de sobrevivir a un conflicto armado. Entonces se secuestraba, torturaba, encarcelaba, se bombardeaba y privaba de bienes esenciales a la población. Muchos niños y niñas crecieron con miedo, sintieron el rechazo social y tuvieron que superar la pérdida y desaparición de sus familiares, durante años de negación y amnesia colectiva. Guardaron sus daños físicos y psicológicos jamás reconocidos, jamás reparados. Entonces los adolescentes también eran reclutados y reclutadas. Tenemos aún viva una generación de supervivientes que fueron víctimas y testigos de violaciones de derechos humanos y trasmitieron a sus hijos e hijas sus duelos, su incertidumbre y el temor al abandono. Por este motivo podemos y debemos desarrollar la suficiente empatía para acercarnos a los daños físicos y emocionales de los niños, niñas y jóvenes de los actuales conflictos armados.
Debemos adoptar un papel activo como sociedad civil y pedir responsabilidades, tanto a nuestro gobierno como a las empresas de armamento y al resto de gobiernos, o a quienes son directamente responsables del reclutamiento de niños, niñas y jóvenes. Además, exijamos al amparo de la normativa internacional, más políticas de protección materializadas en recursos destinados a la reparación y al tratamiento médico, a la educación y formación profesional para la reinserción de estos niños, niñas y jóvenes, principales víctimas de violencia en las situaciones de conflictos bélicos.